8 de noviembre de 2010

El rescate definitivo


Un naufragio, un incendio, un terremoto, un accidente de tráfico, una enfermedad, una situación económica desesperada: en la vida se dan tantas situaciones en las que pedimos, suplicamos, esperamos intensamente la ayuda de otros, la llegada de un equipo de rescate.

Gracias a Dios, hay miles de hombres y mujeres dispuestos a tendernos una mano de auxilio. Bomberos y médicos, agentes del orden y voluntarios, dan lo mejor de sí mismos en acciones de rescate a quienes viven en situaciones de urgencia o bajo la presión de graves problemas.
Los rescates humanos alivian y devuelven la esperanza. Pero en ocasiones llegan sólo hasta un cierto límite, más allá del cual no pueden pasar.

Porque el rescate del médico no siempre consigue curar al enfermo ni aliviar sus dolores más profundos. Porque el rescate de los bomberos a veces llega tarde o no logra, ante la fuerza de los elementos, apagar el incendio. Porque la policía puede no actuar de modo adecuado para impedir un desenlace trágico en el secuestro de un ser querido.

En otros casos, el rescate no puede venir de los hombres, porque afecta a nuestro corazón. Cuando hemos caído en el pozo profundo del egoísmo, cuando hemos dejado crecer odios que carcomen el alma, cuando sentimos una pena intensa ante los fracasos de la vida, cuando hemos pecado contra Dios y contra el prójimo, ¿quién nos puede salvar?

Es cierto que existen medicinas y tratamientos psicológicos que pueden dar cierto alivio. Pero tales actuaciones llegan hasta un punto, más allá del cual no pueden hacer nada. Porque si hemos pecado, lo único que necesitamos es una curación definitiva, el encuentro con Dios desde la súplica que pide perdón y misericordia. Porque ante el misterio de la muerte, que nos arrebata un ser querido o que se acerca inevitablemente a las puertas de la propia vida, sólo queda mirar al horizonte de lo eterno y suplicar a Dios que nos acoja en su Amor infinito.

Frente a esas situaciones más íntimas, a los momentos “límite” de nuestra existencia, el rescate definitivo puede llegar sólo desde alguien que está por encima de las leyes físicas y biológicas y que se interese por nosotros. La mirada al cielo suplica, entonces, una mano divina, un consuelo íntimo, un perdón que nace desde la misericordia.

Dios no puede ser indiferente ante el grito de sus hijos. En las mil encrucijadas de la vida, pedimos, humildemente, que nos salve, que nos ayude, que nos ofrezca ese rescate definitivo que tanto anhela el corazón de cada ser humano.


Autor: P. Fernando Pascual LC
Fuente: Catholic.net

31 de julio de 2010

Necesito de tu amor - Eduardo Meana SDB

Necesito tanto. Necesito tanto, tanto de vos…
Necesito de tu amor...

Necesito al fin tocarte, aunque sea solamente,
en el borde de tu manto y en el medio de la gente;
y sentir que de vos viene esa fuerza que me cura
tantos años de esperar y de amargura.

Necesito estar con vos, bastará tocar tu manto,
Porque en vos está el poder de enjugar por fin mi llanto.
Sueño con volver a casa y que vuelva la alegría,
Y mi vida pueda al fin llamarse vida…
¡Necesito de tu amor!

Necesito estar más cerca, cerca de tu compasión
¡tengo que jugarme todo, sé que eres el Señor!
Todo, todo lo he perdido y mi pena sigue abierta,
Pero espero un signo y mi fe está alerta.

Sentirás al lado tuyo que hay un pobre que se acerca,
Muy pequeño y que te toca con los ojos en la tierra;
Pero lleno de esperanza, de esperanza y decisión
De alcanzarte y alcanzar tu corazón
¡Necesito de tu amor… necesito de tu amor!
Toda mi fragilidad y mis años lastimados,
Esta historia que no cesa de sangrar de macharnos;
Esta herida que no cierra y es herida en cuerpo y alma
Tocará tu cuerpo santo y tendrá calma.

Porque creo que sos vos, nuestra fuente escondida,
Y alcanzarte es alcanzar como el centro de la vida.
Toco el borde de tu alma y es un nuevo nacimiento.
¡Y se está curando el centro de mi centro!
¡Necesito de tu amor… Necesito de tu amor…
Necesito de tu amor!


18 de abril de 2010

Madre Mía te quiero con todo mi corazón


Dulcísima Madre mía,he venido a saludarte con cariñoen este nuevo día. ¿Quién te hizo tan bella? Quizás Tú no lo sepas, pero yo no puedo contemplar tu rostroy mirar tus ojos de cielosin emocionarme hasta el alma.

¿Quién me amó tanto, tanto,que me hizo hijo tuyo? Hermosísima Reina, Madre de bondad, estás hecha de bondad y de amor.

¡Qué felices nos has hecho,qué afortunados por tenerte como madre! Era yo un gitanillo que inspiraba compasión, Era un niño pobre, un niño malo. Había caminado descalzo por sendas de piedras y maleza; traía una carita sucia de lágrimas antiguas y polvo de muchos caminos.

Era un niño pequeño,pero había sufrido ya como adulto. Se me había olvidado la sonrisa. El futuro era negro de nubes espesas. Y, de pronto, apareciste Tú en mi vida. Una mujer muy hermosa,una mujer que inspiraba todo el cariño del mundo.

Me mirabas con una sonrisa de cielo.Me llamaste con una voz tan dulce...Me esforcé en sonreír un tanto, y me fui acercando temblando de emoción. De pronto, tus manos se abrierony me sumergí en un abrazo tan dulceque todas mis penas se fueron; y me sentí el niño más feliz del mundo.

Pero mi alegría fue más grande que yo mismo,cuando de tus labios graciosos brotó esta palabra: “Hijo mío.”Quise decir algo que brotaba con ímpetu del corazón. No pude decirlo, no me atrevía. Miré mis sandalias rotas, mi vestido raído;mi corazón y mis manos no eran limpios.

“Hijo mío, cuanto te quiero,cuánto te he esperado, hijo de mi alma.” Entonces ya no pude callarme y le dijecon las lágrimas más puras y la alegría de un niño feliz: “Madre mía te quiero con todo mi corazón.”Y un abrazo fundió a la Madre pura y santay al niño pecador.

“He ahí a tu Madre, he ahí a tu hijo”El que dijo estas bellas palabrasera Dios mismo,un Dios que moría por mí en una cruz:un Dios que me dio a su misma madre en un impulso de amor. No es un rato de contento, es una eternidad de felicidad. La eternidad de la alegría comenzó desde ese momento en que Jesús dijo esas palabras en la cruz. Nos daba su vida y su sangre, nos daba la Madre de sus sueños.

Desde entonces ya no soy el niño malo;que malo no puedo seguir siendojunto a una Madre tan buena. Ya no soy un niño huérfano,ni triste ni harapiento. Soy el niño más feliz. Ya mis lágrimas son de de amor y alegría, por Ella, por mi Madre del cielo.

Caminar contigo es tocar el cielo con la mano;vivir junto a Ti es ya adelantar la gloria.Contigo los dolores se mitigan,las amargas lágrimas se detienen y el desierto vuelve a florecer. Mi desierto ha vuelto a florecer.Todo cambió desde aquel día, el día maravilloso en que te conocí, oh Madre.Yo no te conocía, primor de los valles. Ignoraba que existías, amor de mi vida. Pasé junto a valles hermosos y bellísimas flores y nunca imaginé que Tú tenías la luz y la belleza de los valles y las flores.Vida mía, amor mío, Vida, belleza y amor ensamblados.


Eres una senda florecidaque me ha conducido a Dios.Me enamoré de Ti primero para siempre, pero tu amor me llevó dulcemente, sin fatiga,hacia el Dios Amor. Tú me hiciste querer a ese ser infinitamente amable.Presentaste a mis ojosa un Dios Niño, ternura infinita,un encanto de Dios hecho niño por mí.


La mujer que es amor llevando en sus brazos al Niño que es amor, porque es el Niño Dios. Oh Madre dulcísima,no quiero jamás separarme de Ti, no quiero jamás separarme del Dios que me has enseñado a querer;el mismo Dios que Tú amas tantoporque es tu Dios y es hijo de tus entrañas. Enséñame a amarlo con todo mi corazón.


P. Mariano de Blas L.C
Fuente: Catholic.net

16 de marzo de 2010

Cambia, todo cambia

Hoy, con los platos y los cubiertos, hay muchas otras cosas ‘descartables’. Parece que casi todo se puede usar y tirar. Entonces, y con razón, te viene la angustia de que también a vos, que te cambien con la misma facilidad con la que saltamos de canal en canal con el control remoto de la TV. Así como las cosas descartables hay personas, compañeros, amigos, esposos, que parecen y se sienten descartables, y sin ninguna posibilidad de reciclaje.

Sin embargo, mientras todo pasa y todo cambia, Jesús no cambia. Jesús es siempre el mismo ayer, hoy y siempre. Y siempre está esperando, firme en su amor extraordinario por nosotros, y siempre nos recibe con compasión y misericordia, y no está enojado.
Jesús está como familiar, como pariente, porque es el Hijo de Dios hecho uno más de los nuestros, de nuestra familia humana. Él conoce nuestras cosas porque las pasó en carne viva. Vivió la pobreza, la necesidad de trabajar, de rezar, la dificultad de hacerse entender hasta por sus mismos parientes y amigos, sufrió la tentación como nosotros. Fue perseguido; condenado a morir en la cruz como blasfemo y entre delincuentes. Pero en todo este proceso el amor de Jesús permaneció siempre el mismo, el proceso sólo sirvió para que se manifestara toda la anchura y la profundidad del Amor de Dios en el corazón paciente y fuerte del Hijo. Por eso, mientras todo cambia y todo se vuelve descartable, vos volvé a Jesús que no cambia. Él está siempre como pariente, como familiar, llamándonos, perdonándonos, consolándonos, enviándonos y dándonos otra oportunidad de vivir en el amor. Para Él no somos ‘descartables’.


Autor: Padre Guillermo Ortiz SJ.

12 de enero de 2010

UNA VEZ MAS REZARÉ

AQUÍ LES DEJO ESTA LINDA CANCIÓN PARA MEDITAR

Una vez más rezaré
de rodillas me pondré

puede ser que una vez más Dios
me perdone.

Le diré que lucho en vano

que pequé, que soy humano
puede ser que una vez más Dios
me perdone



Para un Dios que conoció la tentación,
del amigo,
la traición,
yo no dudo me
Perdones
Dios amigo. (2v).


Yo vi sufrir a mi hermano
Y no le tendí la mano,

puede ser que también él hoy
me perdone.

Lo vi pobre y angustiado

yo con los brazos cruzados
puede ser que también
él hoy
me perdone