28 de enero de 2009

Desde el Corazón de Don Bosco

Carta a los jóvenes y salesianos del Oratorio de Valdocco.

Roma, 10 de mayo de 1884

Muy queridos hijos en Jesucristo:

Cerca o lejos, yo pienso siempre en vosotros. Uno solo es mi deseo: que seáis felices en el tiempo y en la eternidad. Este pensamiento y deseo me han impulsado a escribiros esta carta. Siento, queridos míos, el peso de estar lejos de vosotros, y el no veros ni oíros me causa una pena que no podéis imaginar. Por eso, habría deseado escribiros estas líneas hace ya una semana, pero las continuas ocupaciones me lo impidieron. Con todo, aunque falten pocos días para mi regreso, quiero anticipar mi llegada al menos por carta, ya que no puedo hacerlo en persona. Son palabras de quien os ama tiernamente en Jesucristo y tiene el deber de hablaros con la libertad de un padre. Me lo permitís, ¿no? Y me vais a prestar atención y poner en práctica lo que os voy a decir.

He dicho que sois el único y continuo pensamiento de mi mente. Pues bien, una de las noches pasadas, me había retirado a mi habitación y, mientras me disponía a entregarme al descanso, comencé a rezar las oraciones que me enseñó mi buena madre. En aquel momento, no sé bien si víctima del sueno o fuera de mí por alguna distracción, me pareció que se presentaban delante de mí dos antiguos alumnos del oratorio.

Uno de ellos se acercó y, saludándome afectuosamente, me dijo:
- Don Bosco, ¿me conoce?
- ¡Pues claro que te conozco!, - le respondí.
- ¿Y se acuerda aún de mí? - añadió.
- De ti y de los demás. Tú eres Valfré, y estuviste en el oratorio antes de 1870.
- Oiga, continuó Valfré, - ¿quiere ver a los jóvenes que estaban en el oratorio en mis tiempos?
- Sí, házmelos ver, le contesté; me dará mucha alegría.

Entonces Valfré me mostró todos los jovencitos con el mismo semblante, edad y estatura de aquel tiempo. Me parecía estar en el antiguo oratorio en la hora de recreo. Era una escena llena de vida, movimiento y alegría. Quien corría, quien saltaba, quien hacía saltar a los demás; quien jugaba a la rana, quien a bandera, quién a la pelota. En un sitio había reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios de un sacerdote que les contaba una historia; en otro lado había un clérigo con otro grupo jugando al burro vuela o a los oficios. Se cantaba, se reía por todas partes; y por doquier, sacerdotes y clérigos; y alrededor de ellos, jovencitos que alborotaban alegremente. Se notaba que entre jóvenes y superiores reinaba la mayor cordialidad y confianza. Yo estaba encantado con aquel espectáculo. Valfré me dijo:

- Vea, la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza. Esto es lo que abre los corazones, y los jóvenes lo manifiestan todo sin temor a los maestros, asistentes y superiores. Son sinceros en la confesión y fuera de ella, y se prestan con facilidad a todo lo que les quiera mandar aquel que saben que los ama.

Entonces se acercó a mí otro antiguo alumno que tenía la barba completamente blanca y me dijo:
- Don Bosco, ¿quiere ver ahora a los jóvenes que están actualmente en el Oratorio? (Era José Buzzetti).
- Sí, respondí, pues hace un mes que no los veo.

Y me los señaló. Vi el oratorio y a lodos vosotros que estabais en recreo. Pero ya no oía gritos de alegría y canciones, ya no veía aquel movimiento, aquella vida de la primera escena.

En los ademanes y en los rostros de algunos jóvenes se notaba aburrimiento, desgana, disgusto y desconfianza, que causaron pena a mi corazón. Vi, es cierto, a muchos que corrían y jugaban con dichosa despreocupación; pero otros - no pocos - estaban solos, apoyados en las columnas, presos de pensamientos desalentadores; otros andaban por las escaleras y corredores o estaban en los balcones que dan al jardín para no tomar parte en el recreo común; otros paseaban lentamente por grupos hablando en voz baja entre ellos, lanzando a una y otra parte miradas sospechosas y mal intencionadas; algunos sonreían, pero con una sonrisa acompañada de gestos que hacían no solamente sospechar, sino creer que san Luis habría sentido sonrojo de encontrarse en compañía de los tales; incluso entre los que jugaban había algunos tan desganados que daban a entender a las claras que no encontraban gusto alguno en el recreo.

- ¿Has visto a tus jóvenes? - me dijo el antiguo alumno.
- Sí que los veo, contesté suspirando.
- ¡Qué diferentes de lo que éramos nosotros antaño!, exclamó aquel viejo alumno.
- ¡Por desgracia! ¡Qué desgana en este recreo!
- De aquí proviene la frialdad de muchos para acercarse a los santos sacramentos, el descuido de las prácticas de piedad en la iglesia y en otros lugares; el estar de mala gana en un lugar donde la divina Providencia los colma de todo bien corporal, espiritual e intelectual. De aquí la no correspondencia de muchos a su vocación; de aquí la ingratitud para con los superiores; de aquí los secretitos y murmuraciones, con todas las demás consecuencias deplorables.

- Comprendo, respondí. Pero ¿cómo reanimar a estos queridos jóvenes para que vuelvan a la antigua vivacidad, alegría y expansión?
- Con el amor.
- ¿Amor? Pero ¿es que mis jóvenes no son bastante amados? Tú sabes cómo los amo. Tú sabes cuánto he sufrido por ellos y cuánto he tolerado en el transcurso de cuarenta anos, y cuánto tolero y sufro en la actualidad. Cuántos trabajos, cuántas humillaciones, cuántos obstáculos, cuántas persecuciones para proporcionarles pan, albergue, maestros, y especialmente para buscar la salvación de sus almas. He hecho cuanto he podido y sabido por ellos, que son el afecto de toda mi vida.
- No hablo de ti.
- ¿Pues de quién, entonces? ¿De quienes hacen mis veces: los directores, prefectos, maestros o asistentes? ¿No ves que son mártires del estudio y del trabajo y que consumen los anos de su juventud en favor de quienes les ha encomendado la divina Providencia?
- Lo veo, lo sé; pero no basta; falta lo mejor.
- ¿Qué falta, pues?
- Que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama.
- Pero, ¿no tienen ojos en la cara? ¿No tienen luz en la inteligencia? ¿No ven que cuanto se hace en su favor se hace por su amor?
- No, repito; no basta.
- ¿Qué se requiere, pues?
- Que, al ser amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones infantiles, aprendan a ver el amor en aquellas cosas que naturalmente les agradan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos, y que aprendan a hacer estas cosas con amor.
- Explícate mejor.
- Observe a los jóvenes en el recreo.

Observé. Después dije:

- ¿Qué hay que ver de especial?

- ¿Tantos años educando a la juventud y no comprende? Observe mejor. ¿Dónde están nuestros salesianos?

Me fijé y vi que eran muy pocos los sacerdotes y clérigos que estaban mezclados entre los jóvenes, y muchos menos los que tomaban parte en sus juegos. Los superiores no eran ya el alma de los recreos. La mayor parte de ellos paseaban, hablando entre sí, sin preocuparse de lo que hacían los alumnos; otros jugaban, pero sin pensar para nada en los jóvenes; otros vigilaban de lejos, sin advertir las faltas que se cometían; alguno que otro corregía a los infractores, pero con ceño amenazador y raramente. Había algún salesiano que deseaba introducirse en algún grupo de jóvenes, pero vi que los muchachos buscaban la manera de alejarse de sus maestros y superiores.

Entonces mi amigo continuó:

- En los primeros tiempos del oratorio, ¿usted no estaba siempre con los jóvenes, especialmente durante el recreo? ¿Recuerda aquellos hermosos años? Era una alegría de paraíso, una época que recordamos siempre con cariño, por que el amor lo regulaba todo, y nosotros no teníamos secretos para usted.

- ¡Cierto! Entonces todo era para mí motivo de alegría, y en los jóvenes entusiasmo por acercárseme y quererme hablar; existía verdadera ansiedad por escuchar mis consejos y ponerlos en práctica. Ahora, en cambio, las continuas audiencias, mis múltiples ocupaciones y la falta de salud me lo impiden.

- De acuerdo; pero si usted no puede, ¿por qué no le imitan sus salesianos? ¿Por qué no insiste y exige que traten a los jóvenes como los trataba usted?

- Yo les hablo e insisto hasta cansarme, pero desgraciadamente muchos no se sienten con fuerzas para arrostrar las fatigas de antaño.

- Y así, descuidando lo menos, pierden lo más; y este más son sus fatigas. Que amen lo que agrada a los jóvenes, y los jóvenes amarán lo que les gusta a los superiores. De esta manera, el trabajo les será llevadero. La causa del cambio presente del oratorio es que un grupo de jóvenes no tiene confianza con los superiores. Antiguamente los corazones todos estaban abiertos a los superiores, a quienes los jóvenes amaban y obedecían prontamente. Pero ahora, los superiores son considerados sólo como tales y no como padres, hermanos y amigos; por tanto, son temidos y poco amados. Por eso, si se quiere formar un solo corazón y una sola alma por amor a Jesús, hay que romper esa barrera fatal de la desconfianza y sustituirla por la confianza cordial. Así pues, que la obediencia guíe al alumno como la madre a su hijo. Entonces reinará en el oratorio la paz y la antigua alegría.
- ¿Cómo hacer, pues, para romper esta barrera?
- Familiaridad con los jóvenes, especialmente en el recreo. Sin familiaridad no se demuestra el afecto, y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiere ser amado debe demostrar que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la familiaridad! El maestro al cual sólo se ve en la cátedra es maestro y nada más; pero, si participa del recreo de los jóvenes, se convierte en un hermano. Si a uno se le ve en el púlpito predicando, se dirá que no hace más que cumplir con su deber, pero, si dice en el recreo una buena palabra, es palabra de quien ama. ¡Cuántas conversiones no se debieron a alguna de sus palabras dichas de improviso al oído de un jovencito mientras se divertía! El que sabe que es amado, ama, y el que es amado lo consigue todo, especialmente de los jóvenes. Esta confianza establece como una corriente eléctrica entre jóvenes y superiores. Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus defectos. Este amor hace que los superiores puedan soportar las fatigas, los disgustos, las ingratitudes, las molestias, las faltas y las negligencias de los jóvenes. Jesucristo no quebró la cana ya rota ni apagó la mecha humeante. He aquí vuestro modelo. Entonces no habrá quien trabaje por vanagloria; ni quien castigue por vengar su amor propio ofendido; ni quien se retire del campo de la asistencia por celo a una temida preponderancia de otros; ni quien murmure de los otros para ser amado y estimado de los jóvenes, con exclusión de todos los demás superiores, mientras, en cambio, no cosecha más que desprecio e hipócritas zalamerías; ni quien se deje robar el corazón por una criatura y, para adular a ésta, descuide a todos los demás jovencitos; ni quienes por amor a la propia comodidad, dejen a un lado el gravísimo deber de la vigilancia, ni quien por falso respeto humano, se abstenga de amonestar a quien necesite ser amonestado. Si existe este amor efectivo, no se buscará más que la gloria de Dios y el bien de las almas. Cuando languidece este amor, es que las cosas no marchan bien. ¿Por qué se quiere sustituir el amor por la frialdad de un reglamento? ¿Por qué los superiores dejan de cumplir las reglas que Don Bosco les dicto? ¿Por qué el sistema de prevenir desórdenes con vigilancia y amor se va reemplazando poco a poco por el sistema, menos pesado y más fácil para el que manda, de dar leyes que se sostienen con castigos, encienden odios y acarrean disgustos, y si se descuida el hacerlas observar, producen desprecio para los superiores y son causa de desórdenes gravísimos?

Esto sucede necesariamente si falta familiaridad. Si, por tanto, se desea que en el Oratorio reine la antigua felicidad, hay que poner en vigor el antiguo sistema: El superior sea todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda duda o lamentación de los jóvenes, todo ojos para vigilar paternalmente su conducta, todo corazón para buscar el bien espiritual y temporal de aquellos a quienes la Providencia ha confiado a sus cuidados. Entonces los corazones no permanecerán cerrados ni reinarán ya ciertos secretitos que matan. Sólo en caso de inmoralidad sean los superiores inflexibles. Es mejor correr el peligro de alejar de casa a un inocente que quedarse con un escandaloso. Los asistentes consideren como un gravísimo deber de conciencia el referir a los superiores todo lo que sepan que de algún modo ofende a Dios.

Entonces yo pregunté.
- ¿Cuál es el medio principal para que triunfe semejante familiaridad y amor y confianza?
- La observancia exacta del reglamento de la casa.
- ¿Y nada más?
- El mejor plato en una comida es la buena cara.

Mientras mi antiguo alumno terminaba de hablar así y yo seguía contemplando con verdadero disgusto el recreo, poco a poco me sentí oprimido por un gran cansancio que iba en aumento. Esta opresión llegó a tal punto, que no pudiendo resistir por más tiempo, me estremecí y me desperté. Me encontré de pie junto a mi lecho. Mis piernas estaban tan hinchadas y me dolían tanto, que no podía estar de pie. Era ya muy tarde; por ello, me fui a la cama decidido a escribir estos renglones a mis queridos hijos.

Yo no deseo tener estos sueños, porque me cansan demasiado.

Al día siguiente me sentía agotado; no veía la hora de irme a la cama por la noche. Pero he aquí que, apenas me acosté, comenzó de nuevo el sueño.

Tenía ante mí el patio, los jóvenes que están actualmente en el oratorio y el mismo antiguo alumno. Comencé a preguntarle:

- Lo que me dijiste se lo haré saber a mis salesianos; pero, ¿qué debo decir a los jóvenes del Oratorio?

Me respondió:
- Que reconozcan lo mucho que trabajan y estudian los superiores, maestros y asistentes por amor a ellos, pues si no fuese por su bien, no se impondrían tantos sacrificios; que recuerden que la humildad es la fuente de toda tranquilidad; que sepan soportar los defectos de los demás, pues la perfección no se encuentra en el mundo, sino solamente en el paraíso; que dejen de murmurar, pues la murmuración enfría los corazones; y, sobre todo, que procuren vivir en la santa gracia de Dios. Quien no vive en paz con Dios, no puede tener paz consigo mismo ni con los demás.
- ¿Entonces me dices que hay entre mis jóvenes quienes no están en paz con Dios?
- Esta es la primera causa del malestar, entre las otras que tú sabes y debes remediar sin que te lo tenga que decir yo ahora. En efecto, sólo desconfía el que tiene secretos que ocultar, quien teme que estos secretos sean descubiertos, pues sabe que le acarrearía vergüenza y descrédito. Al mismo tiempo, si el corazón no está en paz con Dios, vive angustiado, inquieto, rebelde a toda obediencia, se irrita por nada, se cree que todo marcha mal, y como él no ama, Juzga que los superiores tampoco le aman a él.
- Pues, con todo, ¿no ves amigo mío, la frecuencia de confesiones y comuniones que hay en el oratorio?
- Es cierto que la frecuencia de confesiones es grande, pero lo que falta en absoluto en muchísimos jóvenes que se confiesan es la firmeza en los propósitos. Se confiesan, pero siempre de las mismas faltas, de las mismas ocasiones próximas, de las mismas malas costumbres, de las mismas desobediencias, de las mismas negligencias en el cumplimiento de los deberes. Así siguen meses y meses e incluso anos, y algunos llegan hasta el final de los estudios. Tales confesiones valen poco o nada; por tanto, no proporcionan la paz, y si un jovencito fuese llamado en tal estado al tribunal de Dios, se vería en un aprieto.
- ¿Hay muchos de esos en el oratorio?
- Pocos, en comparación con el gran número de jóvenes que hay en casa. Fíjate. - Y me los iba indicando.
- Miré, y vi uno por uno a aquellos jóvenes. Pero, en estos pocos, vi cosas que amargaron grandemente mi corazón. No quiero ponerlas por escrito, pero cuando vuelva quiero comunicarlas a cada uno de los interesados. Ahora os diré solamente que es tiempo de rezar y de tomar firmes resoluciones; de hacer propósitos no de boca, sino con los hechos, y de demostrar que los Comollo, los Domingo Savio, los Besucco y los Saccardi viven todavía entre nosotros.

Por último pregunté a aquel amigo mío:
- ¿Tienes algo más que decirme?
- Predica a todos, mayores y pequeños, que recuerden siempre que son hijos de María Santísima Auxiliadora. Que ella los ha reunido aquí para librarlos de los peligros del mundo, para que se amen como hermanos y den gloria a Dios y a ella con su buena conducta; que es la Virgen quien les provee de pan y de cuanto necesitan para estudiar con innumerables gracias y portentos. Que recuerden que están en vísperas de la fiesta de su Santísima Madre y que, con su auxilio, debe caer la barrera de la desconfianza que el demonio ha sabido levantar entre jóvenes y superiores, y de la cual sabe aprovecharse para ruina de algunas almas.
- ¿Y conseguirernos derribar esta barrera?
- Sí, ciertamente, con tal de que mayores y pequeños estén dispuestos a sufrir alguna pequeña mortificación por amor a María y pongan en práctica cuanto he dicho.

Entretanto yo continuaba observando a mis jovencitos, y ante el espectáculo de los que veía encaminarse a su perdición eterna, sentí tal angustia en el corazón que me desperté. Querría contaros otras muchas cosas importantísimas que vi; pero el tiempo y las circunstancias no me lo permiten.

Concluyo: ¿Sabéis qué es lo que desea de vosotros este pobre anciano que ha consumido toda su vida por sus queridos jóvenes? Pues solamente que, guardadas las debidas proporciones, vuelvan a florecer los días felices del antiguo oratorio. Los días del amor y la confianza entre jóvenes y superiores; los días del espíritu de condescendencia y de mutua tolerancia por amor a Jesucristo; los días de los corazones abiertos con tal sencillez y candor, los días de, la caridad y de la verdadera alegría para todos. Necesito que me consoléis dándome la esperanza y la palabra de que vais a hacer todo lo que deseo para el bien de vuestras almas.

Vosotros no sabéis apreciar la suerte de estar acogidos en el oratorio. Os aseguro, delante de Dios, que basta que un joven entre en una casa salesiana para que la Santísima Virgen lo torne enseguida bajo su especial protección. Pongámonos, pues, todos de acuerdo. La calidad de los que mandan y la caridad de los que deben obedecer haga reinar entre nosotros el espíritu de san Francisco de Sales. Queridos hijos míos, se acerca el tiempo en que tendré que separarme de vosotros y partir para mi eternidad. (Nota del secretario: Al llegar aquí, Don Bosco dejó de dictar; sus ojos se inundaron de lágrimas, no a causa del disgusto, sino por la inefable ternura que se reflejaba en su rostro y en sus palabras; unos instantes después continuó): Por tanto, mi mayor deseo, queridos sacerdotes, clérigos y jóvenes, es dejaros encaminados por la senda del Señor, que Él mismo desea para vosotros.

Con este fin, el Santo Padre, al cual he visto el viernes, 9 de mayo, os envía de todo corazón su bendición. El día de María Auxiliadora me encontraré en vuestra compañía ante la imagen de nuestra amorosísima Madre. Quiero que esta gran fiesta se celebre con toda solemnidad: que don José y don Segundo se encarguen de que la alegría reine también en el comedor. La festividad de María Auxiliadora debe ser el preludio de la fiesta eterna que hemos de celebrar todos juntos un día en el paraíso.


Vuestro afectísimo amigo en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.

Gracias padre por mantenerme firme en mi vida y cercano a Dios, por darme a conocer a María que es nuestro Auxilio en nuestras tristes noches...

Fiesta de San Juan Bosco; 31 de enero

27 de enero de 2009

Oración por la Vida al comenzar el día

Bendito eres, Señor Dios, por el amanecer de un nuevo día.

Te alabo por el don de la vida que me has dado y que hoy uno a la de Jesús quien por nuestra salvación y por infinito amor, murió en la cruz.

Te pido por la vida de todos mis hermanos, especialmente por los que hoy están en peligro de ser abortados o de otras formas asesinados.

Reconozco Señor que solo tu eres dueño y tienes derecho absoluto sobre la vida y la muerte, que solo quieres nuestro bien ahora y en la eternidad.

Te pido también por aquellos que se proponen cegar una vida ya sea en sus entrañas o en cualquier lugar o por cualquier razón.

Te ofrezco hoy mi vida, para propiciar el reinado de los Corazones de Jesús y de María, reino de amor, justicia y felicidad.

Que tu reino de vida que venza a la cultura de la muerte.

Amén.


24 de enero de 2009

Decisiones y los jóvenes: algo nuevo en el mundo

Cada una de nuestras decisiones introduce algo nuevo en el mundo.

A veces pensamos que ciertas elecciones son insignificantes, sin valor, sin transcendencia. En realidad, quedarme a estudiar o ir de excursión, ver este o aquel programa televisivo, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza... son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me modifican.

No sólo yo quedo “tocado” en cada decisión. También los demás, los más íntimos, los más cercanos, sienten los efectos de mis decisiones. Si obedezco con alegría a mis padres, si doy largas a las peticiones de un amigo, si olvido a aquella persona a la que prometí una llamada por teléfono, si descuido mi atención a la hora de apretar bien un tornillo... otros serán afectados, para bien o para mal, de lo que inicia en el mundo a partir de lo que yo hago o de lo que yo deje de hacer.

Los cercanos... y los lejanos, el mundo entero, quedan afectado por mis actos. No es indiferente si me comprometo en serio por guardar con atención la basura o si arrojo materiales peligrosos en el primer lugar que se me ocurre. Mi barrio, mi ciudad, el planeta tierra, van mejor o peor según mis costumbres, según mi preocupación por el ambiente, según mi deseo de evitar gastos inútiles o comportamientos que aumentan la contaminación en un mundo sumamente frágil.

Mis decisiones afectan, por lo tanto, a millones y millones de personas que necesitan una mano amiga. Personas que sufren por el hambre o la injusticia, por la enfermedad o el desprecio, por la soledad o por abusos en contratos de trabajo inhumanos.

Cada una de mis decisiones introduce algo distinto, nuevo, bueno o malo, justo o injusto, en este mundo de contradicciones y de esperanzas.

Hay que reflexionar profundamente antes de tomar una decisión, de empezar un nuevo acto. Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. Hay que escuchar la voz humilde y sencilla de Dios que me repite, con un tono suave e íntimo, que hasta un vaso de agua dado a un pequeñuelo no quedará sin recompensa. Porque ese gesto de cariño habrá introducido algo bueno, algo bello, en el mundo de los corazones sedientos de amor sincero

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

22 de enero de 2009

El tren de la Vida...

Aquí les dejo un lindo cuento reflexivo que me dieron a conocer en un retiro salesiano en los Reartes (Córdoba). También hay algunas preguntas para reflexionar. Espero que les guste.

Un tren avanza espléndido y veloz, hacia su destino. Corta los campos como una flecha. Penetra las montañas. Traspasa los ríos. Cruza las ciudades, se desliza como una serpiente mecánica, sin obstáculos. Su forma, su color, su velocidad: todo a la perfección.

Dentro del convoy tiene lugar el desarrollo de un drama: el drama de la humanidad. Gente de toda raza. Gente que conversa y gente que calla. Gente que trabaja y gente que dormita. Gente que contempla el paisaje. Gente que negocia, preocupada. Gente que nace y gente que muere. Gente que ama y gente que odia secretamente. Gente que discute la dirección del tren: ¡el convoy tomó una dirección equivocada! Gente que cree haberse confundido de tren. Gente que protesta incluso, contra el tren mismo: ¡No debiera haberse construido ningún tren, puesto que…! Gente que proyecta trenes más rápidos. Gente que acepta el tren agradecida, disfrutando y celebrando sus ventajas. Gente que no se hace problema: sabe que llegará a su destino. ¿Por qué preocuparse? Gente que corre nerviosa, hacia los vagones de cabeza: ¡quisiera llegar más aprisa! Gente contradictoria, que va en dirección opuesta a la del convoy, caminando absurdamente hacia el vagón de cola: ¡quisiera huir del tren!

Y el tren sigue corriendo, impasible, hacia su prefijado destino. Transporta pacientemente a todos, sin distinguir entre el amargado y el comprometido. Ni deja tampoco de transportar gentilmente a sus contradictores. A nadie se le niega. Y a todos ofrece la oportunidad de realizar un viaje espléndido y feliz, así como la garantía de llegar a la ciudad del sol y del descanso.

El viaje es gratis para todos. Nadie puede salir ni evadirse. Se vive dentro del tren. Y ahí es donde se ejercita la libertad: se puede ir hacia adelante o hacia atrás. Cabe modificar los vagones o dejarlos intactos. Se puede disfrutar del paisaje o aburrirse con los vecinos. Es posible aceptar gustosamente el tren o rechazarlo con acritud. Mas no por eso deja el convoy de correr hacia su infatigable destino, ni de cargar cortés y gentilmente a todos.

¿Qué tipo de pasajero soy? ¿Cómo fue mi itinerario de viaje? ¿Cómo es mí “modo” de viajar? ¿Qué me gusta, y qué no, del viaje? ¿Quiénes son mis compañeros de viaje? ¿Lugares por los que pase? ¿Cómo fueron? ¿Cuáles son los proyectos de viajes futuros? ¿Hacia dónde viajo?

19 de enero de 2009

Un nuevo año, una nueva misión...

Vivimos una muy linda misión, junto con Jesús, el grupo Mies vivió 7 días inolvidables. Bajo el lema “Mi Palabra haz de llevar y Mi amor sembrarás, compartir Mi vida es la Misión”, grupo misionero realizó por segundo año su trabajo en el paraje de Viluco.

El día 5 de enero emprendimos el viaje y llegamos con mucho entusiasmo a la zona de misión. El día siguiente tuvimos la fiesta de Reyes con toda la comunidad, realizamos un pesebre viviente. Hubo regalitos y mucha alegría con los niños de la comunidad que también actuaron.

Los siguientes días llevamos los anuncios de esta misión que se refirieron a las enseñanzas de las parábolas.

El día sábado 10 de enero fue el más esperado donde compartimos todo el día con los chicos un muy lindo oratorio teniendo presente el espíritu de nuestro Padre Don Bosco y en la noche vivimos la Santa Misa junto con el bautismo de Jazmín (bebita de Viluco). Luego, y gracias a la ayuda de Adma (Asociación de María Auxiliadora), realizamos un copetin para festejar el cierre de la misión, que nos lleno profundamente el corazón de felicidad por el agradecimiento de la gente y las sonrisas de los niños.

Por último destacamos el clima de familia que vivimos los misioneros y darle gracias a Dios por todas las lágrimas que derramamos en la oración de cada noche, sentimos a Jesús más cerca que nunca, misionándonos para emprender nuestras vidas.

Este es el grupo y apóstolado al que pertenezco, es donde aprendí lo que es realmente vivir, descubrí en la sencillez a Dios y le doy gracias por darme a conocer el camino a seguir. El regalo de descubrir el gran amor que siento por Cristo y mis hermanos.

Jesús te pido que me des la valentía de seguir por donde tú quieras llevarme. Gracias...



17 de enero de 2009

Ser joven hoy

La juventud es hoy una experiencia en busca de su narrador. ¿Qué hacer para que los jóvenes puedan poner en palabras lo que experimentan y viven?

La palabra "hoy" en el ti“tulo de la nota quiere poner de relieve ese enclave donde los jóvenes se debaten ante un futuro incierto. Ante la falta de empleo y el mensaje –no exento de hipocresía– de una sociedad que les recuerda a diario su falta de madurez y formación, los jóvenes se ven tentados a encerrarse en sus propios códigos, tiempos y espacios. Pensamos en chicas y chicos de entre 16 y 20 años que están finalizando, han finalizado, o no terminan de concluir su secundario. De ellos se espera, por una parte, que sean capaces de decidir un rumbo u orientación para sus vidas, y por otro no se les brindan los medios necesarios o se los tilda de incapaces cuando no de “burros”.


Nos preocupan los jóvenes porque ya no los podemos definir como los encaminados hacia el mundo adulto. Ser joven se ha vuelto un proyecto en sí mismo. Los jóvenes ya no están apurados por ser adultos, valoran y cuidan la juventud en sí misma. Está en juego una economía diferente de valoración del tiempo. Se aprecia principalmente la juventud como una especie de presente, fugaz por tanto, que debe ser aprovechado. Llegar a ser adulto es considerado en un orden secundario de importancia. Ya no nos sirve definir al joven como un adulto en potencia. El mundo adulto se ha desmitificado como meta atractiva para los jóvenes.


Juventud parece referir hoy a un tiempo presente que tiende a cerrarse sobre sí mismo y a desgajarse de las demás edades de la vida y esferas que componen la sociedad. ¿Cómo entender qué les pasa a los jóvenes? ¿Cómo comprenderlos? ¿Qué responsabilidad nos cabe en cuanto adultos? ¿Y qué hace y qué podría hacer la escuela ante esta situación?


Conviene en principio reconocer la particularidad de la juventud actual. Si bien siempre la juventud tendió a distinguirse y oponerse a la adultez, hoy la distancia y la falta de mediaciones entre el mundo de los jóvenes y el mundo adulto es más notoria. Por ello mismo la juventud actual contiene experiencias, en muchos sentidos inéditas, que escapan a nuestra comprensión. En principio, el problema no parece centrarse en lo que los adultos, por ilustrados que sean, puedan decir sobre los jóvenes. ¿Qué sabemos lo que significa intentar proyectar una vida que no pase por elegir una profesión y la formación de una familia? ¿O qué sabemos de vínculos establecidos a través del “chateo” y de experiencias de comunicación ya muy distantes de nosotros? Los años de nuestras juventudes no nos sirven demasiado para entender a los jóvenes de hoy. Bien o mal, rebeldes y hasta revolucionarios, los jóvenes de décadas anteriores no padecimos la contradicción de vivir en un mundo que parece ofrecerlo todo y al mismo tiempo excluye, haciendo que los jóvenes sientan cada vez más difícil alcanzar una vida forjada desde las propias convicciones y opciones. Este hiato entre jóvenes y adultos nos exige ser comprensivos, tratar de entender motivos y causas, aunque no alcancemos a saber lo que los jóvenes experimentan y valoran.


El mandato social que reciben los jóvenes queda expresado en la fórmula familiar que oímos repetir a muchos padres: “algo tienen que hacer”. La respuesta no dista mucho del silencio, y por supuesto no es menos incierta que el mandato. Percibimos que los jóvenes no viven tal como viven porque hayan elegido vivir así: no es una posición contestataria o rebelde, sino una forma de “ser a pesar de todo”.


La juventud es escogida como un preciado sujeto de consumo. Este es un dato más que se agrega a la hipocresía social que hace gestos de horror cuando se entera del creciente porcentaje de consumo de alcohol entre los jóvenes, y ni se inmuta cuando en las campañas publicitarias de cerveza se los trata como ‘rebaño’ o se les repite que ‘el sabor del encuentro es disfrutar el momento’. La imaginación de los jóvenes no está cerca del poder ni quiere estarlo. Les alcanza con poder alimentar su mundo y vivir como se pueda.


Las prácticas sociales entre grupos de jóvenes no se pueden definir solamente por los índices de consumo de alcohol. A pesar de su aislamiento respecto del mundo adulto, en las pautas de convivencia entre jóvenes abundan las actitudes de solidaridad y los planteos morales. Esto nos lleva a pensar que muchos jóvenes no viven su juventud sin una fuerte carga de angustia: les preocupa por su situación al mismo tiempo que perciben que ser adulto es algo muy lejano y de difícil acceso.


La juventud es hoy una experiencia en busca de su narrador. ¿Qué hacer para que los jóvenes puedan poner en palabras lo que experimentan y viven?

A menudo los adultos –padres, docentes– nos preguntamos: ¿Cómo tengo que hablar a mis hijos o a mis alumnos? Se nos ocurren dos propuestas. La primera, parte de la reflexión de que el adulto no tiene que intentar dejar de ser adulto. Los jóvenes valoran a quien, a pesar de los avatares de la vida, no reniega de ser quien es. Es más, necesitan de la presencia de adultos que confíen en su propia historia y se animen a enseñar con el ejemplo y la palabra. Por otro lado, qué derecho tenemos los adultos –y esta reflexión cabe especialmente para muchos docentes– de cargar sobre los jóvenes nuestras frustraciones o las de nuestra generación. La verdad se nutre –e incluimos en lo que decimos todas las áreas del saber– del entusiasmo que nos lleva a descubrirla y enseñarla. No podemos esperar que los maestros sepan enseñar a leer si nunca se han cuestionado si leen o qué leen. El adulto es para el joven el referente más valioso de la capacidad de expresión. Es notable comprobar durante los primeros cuatrimestres de una carrera universitaria que los alumnos no saben expresarse acerca de temas simples y hasta cotidianos. El problema pareciera ser: ¿qué puedo decir yo, en un espacio medianamente público como lo es un aula de la universidad, que pueda importarle a un grupo de pares? La desvalorización de la palabra propia es un síntoma cabal de las dificultades de expresión. Los adultos comprobamos esta verdad. A diferencia de décadas pasadas, ya no podemos seguir hablando por los jóvenes, pero sí podemos ayudar a que ellos puedan pronunciar su palabra. La segunda propuesta complementa a la primera. Ante una sociedad centrada en la mera multiplicación de opiniones y en la consecuente desvalorización de la palabra, se vuelve necesario formar personas capaces de decir qué sienten, piensan, son, anhelan. En cierto sentido proponemos recordar las enseñanzas de la antigua mayéutica socrática. Ayudar a que los hombres se conozcan a sí mismos no es una tarea de competencia exclusiva de psicólogos sino de todo educador. Como felizmente volvemos a escuchar en estos días, educar no es sólo socializar, sino principalmente formar a la persona en todas sus dimensiones y, especialmente, en su singularidad: en aquello que lo hace único y diferente a los demás.


¿En qué sentido la escuela puede llevar a cabo esta tarea?

Una mirada amplia sobre la educación no desconoce esa mezcla de incertidumbre y expectativas que predomina en las distintas visiones y pronósticos sobre la Argentina actual. Esto refuerza la idea de que la educación, y la escuela en especial, no es un reducto separado de la sociedad y de sus avatares históricos. Como señalan varios pedagogos y estudiosos del sistema educativo, el estado actual de la educación se debe más a la crisis económica y política que a las bondades y los defectos de la ley federal de educación. Lo cierto es que de un modo u otro, cualquier política que quiera atender a las necesidades y problemas que padece nuestra sociedad deberá indefectiblemente revisar y redefinir el rumbo de la educación. Con algunos progresos y muchas dificultades, la inequidad, la desarticulación entre los ciclos y el verticalismo, viciado frecuentemente de autoritarismo, siguen siendo un serio problema en muchas provincias. No parece serio cuando los argentinos anhelamos la recuperación de nuestro país, gastar el tiempo en debates que puedan agudizar viejos enfrentamientos, sino en consensuar líneas de acción que permitan revertir con rapidez las falencias y defectos más graves de nuestra educación. Es prudente recordar entonces que si falta un proyecto de país faltará también la articulación necesaria para llevar a cabo una política educativa.


La integración social no vale por sí sola y el gusto se puede convertir en un gran déspota. Tampoco el esfuerzo se justifica por sí solo, sino que cobra sentido y se realimenta en la medida en que produce buenos frutos.


Los frutos de la educación son los mismos jóvenes. Jóvenes que tendrán que aprender que educarse no es sólo aprender lo que supuestamente de antemano nos gusta, sino también aprender a conocer aquello que requiere esfuerzo. Es allí donde, superando nuestras limitaciones, cada uno aprende a ser capaz de fijar sus propios límites: a gobernarse a sí mismo. Los griegos definían al hombre libre como aquel que sabe gobernarse a sí mismo, es decir: la persona que ha adquirido los hábitos y virtudes que le permiten elegir y alcanzar sus buenos objetivos.


Una Argentina que sea capaz de verse a sí misma en sus limitaciones y oportunidades, requiere de jóvenes capaces de comprenderla y de encontrar en ella los modos de realizar sus vidas.


Fuente: www.revistacriterio.com.ar

Le pedí a Dios

Le pedí a Dios estar en primera fila... y Él me colocó en el último lugar para que conociera la PACIENCIA y la HUMILDAD.

Le pedí a Dios ser yo el centro del mundo... y Él me enseño que la vanidad me aparta del centro de cualquier cosa.

Le pedí a Dios fama y gloria... Pero Él me enseñó SENCILLEZ y COMPRENSIÓN para que mi ego no hiera a los demás.

Le pedí a Dios un auto que viajara veloz... pero Él me concedió un paso firme por el sendero correcto para que no atropellara mis sentimientos.

Le pedí a Dios tener una mansión... pero Él me dió una pequeña casa llena de TERNURA y de AMOR.

Le pedí a Dios mucha salud para conquistar mis anhelos... pero Él me concedió enfermedad para conquistar la PACIENCIA y de uno que otro SUEÑO para que creyera más en Él. y mi ego no se elevara hasta el cielo.

Le pedí a Dios ser muy bello y sin embargo... Él me dió SENSIBILIDAD y BELLEZA ESPIRITUAL. para que no me sintiera más que los demás.

Le pedí a Dios ser siempre feliz... pero Él me hizo conocer la TRISTEZA para que comprendiera que la vida no sólo está compuesta de cosas bellas.

Le pedí a Dios carácter fuerte... pero Él me concedió un CORAZÓN BLANDO y un CARÁCTER PASIVO para que comprendiera el AMOR y AYUDAR a los demás.

Le pedí a Dios nunca llorar y sin embargo... Él me hizo derramar una lágrima en el corazón al sentirme impotente para ayudar a un ser amado, para no poder transmitirles palabras del aliento, para poder demostrarle lo mucho que LO QUIERO.

Le pedí a Dios tener un mundo a mis pies... pero Él me hizo comprender que es mejor tener AMIGOS en el CORAZÓN.

POR ESO DIOS MIO... NUNCA ME CONCEDAS TODO LO QUE TE PIDO SÓLO CONCEDEME LO QUE HASTA HOY ME HAS CONCEDIDO.

extraído de http://www.geocities.com/jovenes_catolicos/reflexiones.html

16 de enero de 2009

Creemos en el Dios que ama a los jóvenes

Porque es un amor especial,
un amor de predilección,
su mirada es tan paternal,
tan gozosa al verlos crecer.
Siento como quiere abrazar el alma de cada uno ya,
como quiere a cada joven alcanzar,

CREEMOS EN EL DIOS QUE AMA A LOS JÓVENES.
CREEMOS EN EL DIOS QUE AMA A LOS JÓVENES.

Sigo al Cristo que pide hoy:
"Dejen que ellos vengan a mi".
Entre ellos Él quiere estar,
muy a gusto se siente allí.
Y yo estoy también por ahí, a ese encuentro me asomo feliz,
Cristo y los jóvenes son mi lugar.

Ese amor, hasta en el peor y más turbio mundo interior,
busca y siempre sabe encontrar
fondos de inocencia y de luz ,
territorio virgen, quizás, qué semilla buena espera aún
y el sudor amigo de algún sembrador.

Un amor que da libertad y al rebelde
aún quiere amar,
y que atrae con suavidad
y al lejano sabe esperar.
Agridulce es la libertad, los hijos la aprenden con dolor
y el Padre es paciente y es educador.

Solamente posee Dios,
esa llave que Él diseñó,
para en cada joven abrir el secreto del corazón.
Y ellos dan su llave también al que saben que los quiere bien
y con ellos sintoniza vida y fe.

Infinita es su compasión,
porque es frágil la juventud,
existencia en sueño inicial
vulnerable proyecto aún.
Los acecha aquel predador que puede marcarlos
con su mal hasta malherirlos si no hay un pastor.

Siento su torrente de amor,
conmovido amo a este Dios,
da a los chicos y a su dolor
su infinito mar, su bondad.
Y rejuvenece mi fe, "y me reconozco uno más",
soy también un hijo que Dios quiso amar.

Y también yo quiero cuidar
los hijos que Dios nos confió
y en mi vida así prolongar
su ternura y predilección.
Junto a cada joven, tú y yo, su sagrada vida defender,
su sagrada vida hacer florecer


Huellas en la arena

Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.

Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.

Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.

Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: "Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".

Entonces, El, clavando en mi su mirada infinita me contestó: "Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".